martes, 10 de agosto de 2010

El progreso causó tres nuevas muertes



Nací en Villa Urquiza. Hace once años me mudé cerquita, a apenas diez cuadras del barrio. Pero cada vez que vuelvo a la casa de mis viejos me doy cuenta que el barrio ya no es el mismo, que ha cambiado. Y para mal.
La piqueta y las excavadoras demuelen y barren con los rastros de amplias casas. A su turno, en el espacio baldío, se alzan impresionantes torres de 12 a 14 pisos. Donde antes vivía una familia, a lo sumo dos, pasan a vivir 35, 40, 50.
Pero esta nota no se trata de nostalgias de índole tanguera. No todo pasado fue mejor. De lo que se trata es de construir un mejor futuro.
Buenos Aires se ha convertido desde hace unos años en una ciudad que solo produce turistas y moles de cemento. El mercado es libre. Las constructoras e inmobiliarias sólo tienen que detenerse a cumplir la legislación vigente. Y bien se sabe que lo que la ley no prohíbe, está permitido.
Las máquinas avanzan, las inmobiliarias facturan, los cascos amarillos pueblan los aires y al menos los obreros se ganan su pan.
Pero nadie se detiene a pensar, a planificar. A ver donde se puede construir y donde no. Y dónde conviene a la sociedad, al estado y a los ciudadanos que se construya y donde no.
El avance inmobiliario se lleva todo por delante. Sólo la decidida acción vecinal, organizada, puede en algún momento ponerle un freno a la especulación desaforada, como ocurrió hace poco tiempo en la vecina Villa Pueyrredón.
No importa. Las empresas se ocupan de seguir rellenando, mientras tanto, los "agujeros" que van quedando en los barrios donde todavía pueden expandirse a sus anchas.
Todo está bien. Hasta que ocurre la tragedia. Entonces, las autoridades de turno se preocupan por asistir en la emergencia y desligarse de las responsabilidades: que los papeles estaban en regla, que las inspecciones se habían hecho, que hubo impericia del constructor...
Todo aquello puede ser cierto. Lo que nadie contesta es por qué, desde hace unos cuantos años, mucho antes incluso de la actual gestión del Gobierno de la Ciudad, nadie piensa ni planifica cómo, donde y de qué manera debe crecer Buenos Aires.
El Estado se ha retirado. Todo queda en manos del lucro privado. Ellos son los que se encargan de hacer y de deshacer. El progreso es el que decide cómo debemos vivir en Buenos Aires.
Como ocurrió en 2003 con la masacre del Puente Pueyrredón, nadie se hace cargo de la tragedia. Algún diario puso en ese momento, un título memorable: "La crisis causó dos nuevas muertes". Todo despersonalizado, sin culpables, sin responsables políticos ni policiales.
Hoy, gracias al "progreso" inmobiliario, que no es responsabilidad de nadie, que parece haber surgido de la nada, debemos lamentar tres muertos y una decena de heridos.

3 comentarios:

  1. Excelente el título. Casi casi tengo ganas de robártelo!

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  2. El barrio... pensar que eran todas casitas, el sol y la sombra eran ecuanimes en cierto horario.
    Y yo mucho no puedo acotar por que vivo en las torres esas grandes que tienen casi treinta años, pegaditas a la colectora...
    Hoy das vuelta y te topas con todo esto que fuiste contando, y decis: para tanto????

    Por otro lado, esa calle (triunvirato)esta llena de desprolijidades: la doble via separada por unos cuantos palos fluor, el empedrado, la futura linea de subtes.
    Todo atado con alambre, en vez de ir paso por paso, haciendo todo "bien".

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  3. El siglo XXI sigue siendo como dijo Discépolo : un despliegue de maldad e indecencia, ya no hay quien lo niegue.

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