viernes, 26 de octubre de 2012

El candidato del miedo



“Miedo a la calle tengo, miedo a la gente, miedo como una nueva religión. / Miedo a encontrarte, miedo a tocarte, miedo a saber que ya no podré jamás vivir sin miedo”. (Arbolito, “2015”)


El ruido del cacerolazo del pasado 13 de septiembre pareció sacudir de su letargo a la oposición nacional. Esa noche, decenas de miles de personas salieron a manifestar su repudio a la política del gobierno nacional con consignas variopintas: desde los que reclamaban terminar con la corrupción a los que se quejaban por no poder comprar dólares; de la inseguridad al “No” a la re-reelección.

Otros se expresaban libremente a favor de la libertad de expresión, pedían al gobierno que “devuelva el país” o enarbolaban pancartas con cruces svásticas asociadas al nombre de la Presidenta de la Nación. Y muchos coreaban a voz en cuello que el gobierno es una “DiKtadura”.

Una frase de Cristina Kirchner dedicada a sus funcionarios (“sólo hay que tenerle miedo a Dios... y un poquito a mí”), convenientemente manipulada por los medios concentrados, fue interpretada por amplios sectores como que la sociedad debía temerle a la mandataria. De ahí otra de las consignas de la manifestación: “No tenemos miedo”. Paradójicamente, la mayoría de los slogans tenían que ver con temores - infundados o no - subyacentes en los sectores medios.

Sobre ese ejercicio semiológico se edificó la evaluación que de la manifestación hizo la oposición y el líder del PRO en particular. Un Mauricio Macri exultante salió al día siguiente por todos los medios a señalar que estaba “contento” porque hubo “una movilización masiva, espontánea, pacífica, a favor de la libertad, de que se los respete, de que se los escuche, de que no se los quiera conducir desde el miedo”.

“Vengo diciendo que no hay que tener miedo, que somos más los que creemos en un futuro para Argentina”, reiteró.

De esa manera, el tema del “miedo” pasó a ser un significante vacío que podía ser llenado a gusto del consumidor del discurso. Puede ser miedo a los chorros, a no poder veranear en el exterior, a no poder comprar el nuevo modelo de I-phone o a que “los negros” tengan su propia casa enfrente de un barrio de lujo. Lo mismo da a la hora de generar un consenso en torno a la necesidad de un cambio de rumbo.

En ese sentido, Macri se muestra cada vez más dispuesto a dar declaraciones públicas o conferencias de prensa sobre temas de política nacional, mientras guarda silencio y deja que sus funcionarios se ocupen de responder sobre la gestión porteña. Así fue que mientras los estudiantes secundarios tomaban durante semanas decenas de escuelas porteñas en protesta por la reforma de los planes de estudio, no dijo ni “A”. Y anunció a través de un escueto comunicado el veto (uno más) a la ley que reglamentaba el aborto no punible en la ciudad.

En cambio, utilizó el atril amarillo de la Jefatura de Gobierno para pedirle a los prefectos y gendarmes que protestan contra las autoridades nacionales que “vuelvan a sus casas”. Fue la excusa para criticar a “un gobierno nacional que ha improvisado en sus políticas de seguridad y por eso ha fracasado”. Además, dijo entender a los rebeldes de las fuerzas de seguridad que - según sus palabras - “llevan una década de maltrato, de falta de respeto, de humillaciones”. La duda es: ¿lo dijo sólo por cuestiones salariales y laborales o hizo una velada referencia a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se impulsaron en los últimos nueve años y que llevaron a muchos uniformados al banquillo de los acusados?

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