lunes, 15 de abril de 2013

Ciudad de Dios


"El arte de vivir con fe y sin saber con fe en qué" (Inundados, Os Paralamas do sucesso)

En menos de un mes, la ciudad de Buenos Aires pasó de la emoción por ser la ciudad que le dio al mundo al nuevo representante de Dios en la Tierra, a estar "en manos de Dios" por la desidia y la inoperancia de sus gobernantes, ante un nuevo diluvio

Por Fernando Casasco (Publicado en El Barrio Villa Pueyrredón, abril 2013)

El Primer y el Tercer Mundo, a la par. El lujo del Shopping ultra moderno junto al barrio más humilde. La ciudad de Gardel, Borges, Arlt, Quinquela Martín, Charly García, Spinetta, pero también la de sangrientos asesinos y represores. La ciudad de Buenos Aires desde 2013 también tiene el orgullo de darle un Papa a la Iglesia Católica. Y la perspectiva de ir convirtiéndose de a poco en una nueva Venecia, aunque con menos glamour.

Seguramente los grandes problemas de la ciudad de Buenos Aires y de la zona metropolitana se solucionarían con una dirigencia política que estuviera a la altura de las circunstancias. Paradójicamente, el que probablemente sea el mejor político porteño de las últimas décadas ocupa hoy la Jefatura de un Estado extranjero: El Vaticano.

Jorge Mario Bergoglio nació y se crió en la contradictoria Reina del Plata. Esta ciudad que acogió a las corrientes migratorias y a su fe religiosa, pero también a las ideas de izquierda que muchos de los inmigrantes traían desde la lejana Europa. En ese crisol, el propio Bergoglio se acercó a la política en los años 70, de la mano de la organización peronista Guardia de Hierro. Su actuación en la última dictadura aún es materia de controversia, y saldarla se encuentra muy lejos del objetivo de esta columna.

Primero Arzobispo de Buenos Aires y luego cardenal primado de la Argentina, Bergoglio supo transformarse en un referente indiscutido para muchos sectores en momentos de crisis política y económica. Desde su puesto al frente de la Iglesia, fue sostén y apoyo decisivo para la actividad pastoral de los curas villeros; recibió y consoló a los familiares de las víctimas de la tragedia de Cromañón; y se comprometió en la lucha de la Fundación La Alameda y otras ONG contra el trabajo esclavo y en apoyo a los recicladores urbanos. Pero también hizo lobby contra la implementación del matrimonio igualitario, del aborto no punible o de la educación sexual en las escuelas.

Los encontronazos con los Kirchner fueron notorios y quedaron plasmados en dos casos particulares: los cruces por la intención de reemplazar al obispo castrense, Antonio Baseotto; y la decisión del kirchnerismo de no "someterse" a las habitualmente críticas homilías del cardenal en los tedeums del 25 de mayo. Políticas de estado como el matrimonio igualitario sumaron derechos, pero alejaron al Gobierno de la Iglesia. Pese a todo, la relación con Cristina Kirchner siempre fue cordial. Y así lo refleja que fue la primera jefa de Estado recibida por el flamante papa Francisco.

La capacidad negociadora de Bergoglio quedó evidenciada en su fuerte ascendencia sobre la política porteña. Tejió relaciones aceitadas con el gobierno de Jorge Telerman y con el de Mauricio Macri, influyendo incluso en la designación de funcionarios y en el armado de listas. Sabedor de su nuevo rol ecuménico, a la par de su acercamiento con la Presidenta, el pontífice mantuvo un saludo fuera de protocolo con el actual jefe de gobierno. Viejo aforismo de la política: siempre hay que poner un huevo en cada canasta.

Pero la euforia vivida por la designación y asunción del nuevo Papa se esfumó frente a un nuevo embate de la naturaleza sobre la Capital y la provincia de Buenos Aires.

Lo que el agua se llevó

Calles y avenidas convertidas en ríos. Viviendas y estacionamientos invadidos por las aguas. Barrios carenciados convertidos en gigantescos lodazales. Autos apilados en bizarros aquelarres. Millonarias pérdidas materiales. Miles de usuarios sin energía eléctrica. Y lo peor de todo: ocho vidas humanas perdidas en el medio del caos.

La ciudad de Buenos Aires, una vez más, recibió la inclemencia del tiempo desguarnecida, sin otra esperanza que encomendarse a alguna deidad que contuviera o reparara tanta desgracia. Sin política de regulación en materia de construcción, con una al menos polémica ejecución de los fondos en obras hídricas y con una red de prevención y de asistencia de emergencias deficitaria, la capital de todos los argentinos volvió a transformarse en tierra de nadie.

Ante la tragedia, las autoridades se escudaron en algunos números: la Ciudad sólo cuenta con 600 agentes de emergencias, que no daban abasto para socorrer a unas 350 mil personas. Pero cabría preguntarse el por qué desde el Estado no se puede organizar una fuerza mayor y delinear un plan de contingencia más aceitado, capaz de dar una respuesta más rápida y eficiente ante la catástrofe, con la participación de la ciudadanía afectada. Sobre todo teniendo en cuenta que no es la primera crisis de este tipo que se vive en la gran urbe.

Mauricio Macri insistió con que inundaciones de este tipo se paliarían con obras de gran escala en las cuencas de los arroyos Vega y Medrano, tal como se constataría en las realizadas en la cuenca del Maldonado (pese a lo cual Paternal y Villa Santa Rita se inundaron). Las obras de canales aliviadores en el Vega y el Medrano se encuentran licitadas desde 2008, pero el financiamiento externo propuesto incluía una garantía que no se adecuaba a la normativa que regula la aplicación del Convenio CCR-ALADI, bajo el cual se iba a tomar la deuda. Por tal motivo, el Banco Central no autorizó el endeudamiento de $189 millones que buscaba colocar el Gobierno de la Ciudad. Recientemente, la Ciudad obtuvo el aval del Gobierno nacional para un crédito del Banco Mundial por 150 millones de dólares para el Arroyo Vega.

Pero lo que los funcionarios porteños prefieren callar es que los 228 millones de pesos originalmente presupuestados en 2012 para la construcción de sumideros y ampliación y mejoramiento de la red pluvial fueron reducidos a 40 millones, de los cuales tan solo se ejecutó el 12%. Las autoridades afirman que al no poder tomar el crédito externo, la parte que debía financiar el Tesoro porteño no se pudo ejecutar. No obstante, para 2013 el presupuesto del área descendió a menos de 21 millones de pesos.

Por su parte, el ministro Santilli aseguró que no hubo subejecución en las partidas destinadas al mantenimiento y limpieza de los desagües y sumideros. Pero el auditor porteño Eduardo Epszteyn advirtió que "la falta de limpieza contribuyó a que se obstruya todo, así como la falta de recolección luego de la poda de árboles".

La ausencia en el país del jefe de gobierno y de varios de los funcionarios fue un chorro de vinagre en la herida abierta que la inundación dejó en el alma de la ciudad. Macri volvió de Brasil y alegó que es un "servidor público" y que necesitaba "unos días de descanso". También el jefe de gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, y el ministro de Desarrollo Urbano (a cargo de las obras hídricas), Daniel Chaín, se encontraban de vacaciones en Europa.

Cuando la catástrofe ocurrida en La Plata (con 51 fallecidos y un caudal de precipitaciones tres veces superior al de la ciudad de Buenos Aires) comenzó a sacar del centro de la atención a los damnificados porteños, las autoridades comenzaron a buscar la forma de mitigar el costo político: Macri admitió los planteos de la oposición y aumentó los subsidios económicos, al tiempo que eximió del pago del ABL por seis meses a los afectados y prometió rapidez en los trámites. Paralelamente, tendría casi decidido realizar las elecciones comunales junto con las nacionales en octubre. Es que el PRO prefiere no tener que plebiscitar su modelo de gestión, en medio de las consecuencias que a mediados de año todavía quedarán de la inundación.

A los porteños, a esta altura, sólo les va a quedando a mano el camino de la fe. Fe en que los políticos aprendan de sus errores y gobiernen para el pueblo. O fe en que, al fin de cuentas, Dios proveerá.