jueves, 26 de julio de 2012

Eva


Dar y dar. Darlo todo. Hasta que no quede nada más. Ni el último suspiro.
Ganar. Ganar el amor del pueblo. Ganar el odio de los poderosos y de los que están envenenados por dentro.
Meterse en la historia. Para siempre. Como mito, como símbolo.
Como eterna bandera a la victoria.
Ser solo un nombre. Tres letras.
Y no morir jamás.

CUANDO MURIÓ EVITA

Recordando la muerte de Eva Perón

Yo sabía que en muchos lugares
que no eran los de mi alrededor,
la discutían.
Y sabía que tenía un rostro de muchacha
y una forma de hablarnos que nos hacía quererla.
También sabía que (por lo menos)
se había acordado de nosotros
y que eso
fue lo que algunos no le perdonaron.
Lo demás no lo sabía
y quizás todavía no lo sepa del todo.
Pero los míos la lloraron como nunca vi que lloraran a nadie.
"...Entonces yo tenía dieciocho
primaveras..."
(Para decirlo en el idioma que nos pertenecía)
Y tenía muy cerca una infancia,
donde las cosas que me dieron
y las que no tuve,
me crearon alegrías y resentimientos
que después formaron parte de mi mismo.
Entonces murió ella...
Precedida por la desesperanza de no poder hacer nada
de aquellos que creían deberle su propia esperanza.
Alguien puso su retrato sobre el tronco de un árbol de la calle,
con un moño enlutado.
Otro puso una flor.
Y nosotros el resto:
una cinta argentina, unas velas, más flores
y una presencia permanente
para que nadie estuviera allí
más que nosotros,
los que éramos capaces de sentir esa ausencia,
ese desgarramiento,
sin vergüenza
y sin precio.
No sé si fue porque una bruma funeral invadió Buenos Aires.
Si fue por los tantos responsos repetidos desde todos los sitios.
Si porque al final la queríamos en serio.
O porque preferimos que los nuestros le rezaran y la lloraran
lejos de las grandes ceremonias.
No sé si fue contagio, berretín o liturgia,
o una psicosis sorda.
Pero nadie nos dijo que lo hiciéramos.
Y cuando las flores se marchitaron
sentimos que una época, que un tiempo,
comenzaba a irse.
Y empezamos a preguntarnos cosas.
A entrar en la aventura de ser hombres,
de hacer conciencia aquello.
"...Entonces yo tenía dieciocho
primaveras..."
un árbol en la puerta de mi casa (que no era mía),
una inconciencia que me costó vencer
y un retrato de Evita
que mi vieja jamás dejó sin flores.


Héctor Negro