lunes, 21 de octubre de 2013

La ovación del final


Tiempo muerto. Time out. Un minuto.
Cuando la cosa viene complicada en el básquet o hay un final de partido muy cerrado, las reglas permiten que el director técnico pida un tiempo para analizar con sus jugadores la táctica a emplear. Literalmente, se mata al tiempo, aunque sea por un breve lapso que no siempre trae resultados favorables.
En el fútbol, en cambio, esa función de estirar o matar el tiempo no corresponde a los participantes. Es el árbitro el que, en función del tiempo perdido por los jugadores, cambios o lesiones, decide agregar tiempo extra a los 90 minutos reglamentarios. Y allá va el equipo que va perdiendo, a la carga barraca, a buscar el empate en el último centro.
En la vida no pasa nada de eso. Vos estás jugando lo más tranquilo y en un momento dado, sin previo aviso y sin importar cómo va el partido, te muestran la chapa y tenés que irte a los vestuarios. Pero, a diferencia de los partidos, no tenés un compañero que entre a reemplazarte; ni un DT con el que abrazarte por el buen partido o insultarte porque te saca sin razón aparente; ni una hinchada a la que saludar cuando te aplaude o ignorar cuando te putea.
No importa si jugaste bien, metiste goles, gambeteaste a media defensa, anticipaste de cabeza al 9 rival, convertiste muchos triples o agarraste todos los rebotes. No importa tampoco si fuiste un patadura, un tronco, cagaste a patadas a los rivales, erraste goles hechos, te ganó la espalda el wing izquierdo o no le pegaste al aro. La salida de la cancha es inexorable. Me imagino a un Marcelo Benedetto cósmico que aparece con su voz altisonante y anuncia: “Se acabó el partido para Fulanito…”
Y chau. Te vas. Sólo por el túnel. Por ese túnel al que tanto temor le tenemos todos. Sin saber si te van a llamar o no para otro partido. O si te traspasan al Necaxa mexicano, al Metalist de Ucrania, o al Barcelona. O te convocan a la Selección.

La carrera de mi papá, Roberto Casasco, daría material para varios especiales televisivos. Una infancia feliz, en su Villa Pueyrredón natal, entre la fábrica de cigarros familiar y las pelotas de la Fundación Eva Perón. Una madre que cocinaba las pastas, un padre inspector ferroviario y la sombra de un hermano mayor que pronto elegiría la distancia. La adolescencia como un alumno más de una “escuela obrera” de aquella Argentina pujante de mediados de los 50. Y cuando aquel sueño de ingeniero se cerraba, se abrió definitivamente su pasión fundamental, herencia de su hermano, entre un revuelo de pañuelos, ponchos y polleras.
A partir de allí, una vida dedicada a enseñarle a niños, adolescentes y adultos las danzas y tradiciones de nuestro país. Con un amor y una convicción a toda prueba. Educar, educar, como si la vida entera se fuera en eso. Tuve la suerte de ser uno de sus alumnos, uno de aquellos a los que arriaba allí donde hubiera un escenario donde bailar una chacarera, un escondido, un triunfo. Tanto lo seguí, que fui con él hasta Córdoba dos veces, para participar en festivales inolvidables. Tanto, que trabajé con él en aquella quimera hecha realidad del Encuentro Infantil de Folklore en la ciudad de Buenos Aires.
Y a la par, su otro gran amor, el de mi mamá, a la que también conoció bailando, como no podía ser de otra forma. Con la que tuvo un largo noviazgo, que no se interrumpió ni siquiera cuando se casaron. Con la que tuvo tres hijos que tratamos – no siempre con éxito – de seguir su ejemplo de vida, de amor y de honestidad. Y unos cuantos hijos adoptivos. Y una ristra de amigos, una barra aguantadora que fue raleándose en los últimos años.
Nunca podía estar quieto: cuando no laburaba, se buscaba algún hobby. Así pasaron la filatelia, el bonsái, la cerámica, el telar, la fabricación de embutidos, quesos, cerveza, vino… una larga lista de etcéteras.
Todo en su vida es inolvidable: su amor por el rancho de Uribelarrea, esa casita que de a poco fue levantando con sus propias manos y a la que siempre le estaba haciendo algo; la pasión por River, que logró transmitirme ayudándome a trepar por las tribunas del Monumental; las zambas bailadas con mi mamá, siempre reclamadas por la concurrencia en cualquier reunión; las vacaciones en carpa, cuando cocinaba las almejas que juntábamos en la playa; sus viajes al interior, como empleado telefónico; las papas fritas y las torres de panqueques; sus regresos a casa de noche, porque laburaba en un bachillerato nocturno; los viajes a Paraguay, a disfrutar del clima y de la amistad; las broncas que se agarraba como remisero, cuando la oleada privatizadora lo dejó sin laburo; las salidas familiares a cenar a la pizzería Je t’aime, al Di Pappo de la avenida Córdoba o a la heladería Homs en Cabildo; su afición por la tecnología: así llegaron la TV color, el Atari, la Commodore 64, la AT 286 y sus sucesivas filmadoras; las tardes de básquet en el Círculo Urquiza, donde se metió a hacer de planillero, para seguirnos más de cerca; las largas noches de burako o de T.E.G. entre amigos y copas; o las peñas en el club YPF, cuando junto a Mario y Ricardo terminaban al compás de la media caña, abrazados entre ellos, emulando a “Zorba el Griego”.
Y en los últimos años, sus nietos, a los que les dio todo el amor que él sabía dar. Amor de brazos abiertos, mirada franca y sonrisa contagiosa.

Hace un par de días le mostraron la chapa a mi viejo y tuvo que salir de la cancha. Metidos en el fragor del partido, muchos ni nos dimos cuenta a quién sacaban. Hasta que empezamos a escuchar la ovación de la hinchada y el tradicional cantito: “No te vayas campeón…”. En ese instante nos dimos cuenta que el que salía era él, el capitán del equipo, con su paso cansino, su mirada melancólica y su cabeza gacha. Y no pudimos evitar aplaudir también nosotros.

7 comentarios:

  1. No se ni que poner, es maravillosa la capacidad de describir todo lo que dio el tio, quien fue, y como vive en todos nosotros las guias y enseñanzas que nos dejó a cada uno con su interminable paciencia que lo caracterizaba.

    Gracias x este escrito primo amigo!

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  2. Tampoco sé qué decir... ya lo dijiste todo vos y muy bien dicho!! Te doy las gracias también por esta emocionante descripción de un "jugador" único al que vamos a extrañar siempre por todo lo que nos brindó por amor al arte... UN SINCERO APLAUSO PARA MI PROFE INOLVIDABLE!!!!!!

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  3. Juan Pablo Cardozo23 de octubre de 2013, 0:15

    Fernando querido, en algunas de las actividades que describiste yo fui parte del equipo del capitán ! Siempre admiré mucho a tu papá y siempre estaré agradecido por su cariño y por enseñarme a amar nuestro folclore, un gran maestro. Recuerdo las peñas, los viajes a Córdoba y las clases en el Álvares Thomas con el Winco y los discos de cuecas y gatos con relaciones, hermosa infancia.
    Siempre estará en mi corazón. Te mando un muy afectuoso abrazo y muchos saludos para tu familia. Gracias por este escrito.

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  4. El partido que jugó el Rober lo ganó por goleada. En todas las canchas y con todas las reglas. Y tiene el privilegio de haber invitado a jugar a miles, a todos los suyos, a los miles de alumnos a los que les transmitió al amor por nuestras músicas y danzas. Hemos jugado con el, hemos tenido ese privilegio. Gracias Fernando por estas palabras que tan bien pintan a tu viejo. Mi aplauso. Gracias Roberto.

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  5. Muy bueno fer. Gran homenaje (diegokeu)

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  6. Muy linda la "crónica" sobre tu viejo Fernando.me ha emocionado mucho la noticia.un gran abrazo a vos y a toda la familia,han estado muy presentes en el otro extremo del atlántico...Pablo Sztokalo

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  7. hermosas palabras! Él siempre mostraba un orgullo envidiable cuando hablaba de sus hijos y nietos, tuve la suerte de compartir con éll mediodias hermosos en la escuela 99, en la ESB 36. su hermosa fiesta de los 70 años, fiestas del dia del profesor, charlas relacionadas a su querido rancho, verlo bailar el cañuelas! guardaré en mi corazón los mejores recuerdos, su muerte realmente me sorprendió, no me perdono el haber perdido contacto con él ultimamente. cariños para tu mami y para ustedes!

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