Todos sabemos los males (y los bienes) que hay en estos pagos. Pero a veces no está de más recordarlos.
miércoles, 1 de abril de 2009
Alfonso se entregó
Para los que pasamos largamente las tres décadas, la larga noche de los ’70 se cerró con la tragedia de Malvinas. Ahí perdimos parte de nuestra infancia. Y la primavera del 83 fue – para mis diez años de entonces – empezar a asomarse a esas cosas de los adultos: la política, la democracia, el gobierno. Ni nuestros padres podían explicarnos claramente qué era eso…
Recuerdo a mi abuela Blanca. Nunca había votado a los radicales pero en 1983 era fanática alfonsinista. En parte por la figura del candidato de la UCR, en parte en memoria de mi abuelo José (fallecido varios años antes), afiliado radical y funcionario de carrera del Ministerio de Economía. Además, en la familia se comentaba el parecido físico entre ambos.
Recuerdo mi casa llena de gente el 30 de octubre, con más agitación que en una fiesta navideña o un cumpleaños. Mucho humo de cigarrillo, mucho vino, y todos concentrados mirando el televisor. Mientras se iban confirmando los guarismos oficiales (no existía el boca de urna), aparecían los primeros aplausos y también las caras largas. Entre ellas, la de mi viejo, peronista de toda la vida.
No sé si la foto que inmortalizó el momento fue de esa noche o del 10 de diciembre: mis dos hermanos y yo haciendo el típico saludo alfonsinista, con las manos unidas sobre el hombro izquierdo y una banda con los colores de la bandera cruzándonos el pecho. Lo que sí estoy seguro es que debe haber sido mi abuela la ideóloga.
Yo, por no venir de una familia demasiado política, estaba más fascinado por la apertura democrática en sí que por un candidato o partido. Mi viejo es de los que “nunca estuvieron en política, siempre fueron peronistas”; mi mamá, con influencia de estudios universitarios en los ’70, giraba a la centro-izquierda: votó al PI, de Alende. Pero sí recuerdo en la escuela la fuerza que hicimos con mi amigo Martín para hacer un simulacro de elección en mi grado. Unos días antes del 30 de octubre se hizo la votación en el 5º E de la escuela Alvarez Thomas, del barrio de Agronomía. Ganó Alfonsín por escaso margen. Martín y yo defendíamos la candidatura de Luder. Aún recuerdo la cara de desilusión de mi amigo el 31 a la mañana, en la fila, mientras se izaba la bandera. El tuvo mucho que ver después en mi adscripción al peronismo y en mi militancia. Pero eso es otra historia.
Para mí, Alfonsín es eso. Un símbolo de ese momento tan particular en la vida de un chico, cuando empieza a darse cuenta que hay un mundo más duro y más complejo a su alrededor. Creo que lo mismo que me pasaba a mí, también le estaba ocurriendo a la sociedad argentina en esos años. Despertarse de la pesadilla de la dictadura, empezar a conocer los horrores que habíamos vivido, y darse cuenta que lo que venía por delante era muy difícil. Y lo sigue siendo.
Después vinieron los juicios a las juntas, el Plan Austral, el proyecto de la Capital a Viedma, los alzamientos carapintadas, las leyes del perdón, la hiperinflación, la renuncia anticipada. Y más tarde el Pacto de Olivos, la creación de la Alianza… En fin, algunos aciertos históricos, muchos errores dolorosos. La historia lo juzgará, como a su correligionario Cleto.
Adiós, señor Presidente. Pese a las críticas y hasta las puteadas que le propinamos, siempre lo respetamos. Una parte nuestra se va con usted.
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